¿ Como empezar una historia que no se sabe a donde lleva?. Me pregunté yo un día. Es como los grandes bosques, profundos, austeros y misteriosos. Se me viene a la memoria una imagen de un camino hecho del peso de los pies arrastrados por el cansancio y el tiempo de tantos viandantes que siguieron la misma ruta, buena o mala y que confiadamente los siguientes prosiguieron la marcha de sus antecesores por el mismo surco arañado y de hierba aplastada al paso. Unos abriéndose camino a través de los mismos hoyos, no fuera a darse al caso de que por no pisar en el mismo lugar se dieran una desagradable sorpresa.
Como al peso de cada uno iba la hierba menguando e iba arreciando la tierra desnuda conformada por las gotas de rocío que a la mañana cada día sobre la mismas horas le iba regalando creando barro que pegaba en las somnolientas botas del paseante. Esa dulzura en modo agua que refrescaba ese calor agobiante de sentirse aplastado y compactado, dando ánimos y alimentando a la hierba moribunda que acometía a su paso. Sirviéndole más de una vez de dulce morada a los depredadores de su destino, forjando estos sueños mientras que ella misma la servía de cobijo creándole a sus doloridos cuerpos placenteros colchones de suaves y tiernas hojas a modo de colchón. Con que desdén crecía vigorosa y vehemente, a veces temblorosa y en otras con sublime presteza emblemática, haciéndola diferente al resto, resaltándose como una especie autóctona del lugar, resurgiendo con fuerza a contracorriente de lo que su destino le quiere procurar. Regalando su belleza y su aroma distinto al resto.
Ese transcurrir de regueros de gotitas que a su vez alimentan a otras plantas y a pequeños insectos que sacian su sed. Que le da frescura al ambiente y que calma los nervios serenando la mente de los caminantes. ¿Cuantas historias habrán percibido esas rutas?, ¿cuantos misterios habrán revelado?, ¿qué tristezas habrán mitigado?. Siempre son una aventura consentida porque nunca se llega a saber que nos espera en el siguiente paso llevándonos nuestro propio ego sin promiscuidad al énfasis del ¿ Y si….?. El notar el abrupto abrigo el viento como envuelve el cuerpo como si se tratara de un traje de terciopelo fino tocandonos para examinarnos fielmente intentando crear de nosotros mismos un permiso para poder respirarlo, introduciéndose por dentro de nuestra ropa estremeciéndonos la piel por la sensación de frío y excitando como si nos estuvieran besando profundamente tocando todas nuestras terminaciones nerviosas con sensaciones puramente primitivas.
Las conversaciones internas, intentando traducir las palabras susurrantes del aire en nuestros oídos. Como si se tratara de una lengua muerta y nos regalara con adiptivos soniquetes tintineantes a nuestro tímpano. La caricias en nuestras piernas de las hierbas bajas aún mojadas por el inmaculado rocío matinal, naciendo y muriendo el mismo día, mientras nuestras ropas lo empapan en un insultante robo para reservarlo y que perdure en el tiempo. Tiempo, “cúmulo de momentos irrepetibles que se pasaron mientras nuestra mente delibera que hará con él” , y mientras todos estos sucesos van prosiguiendo en el camino, va naciendo un nuevo día dejando atrás la oscura noche con todos sus temores y miedos. Pero al frente siempre, al frente siempre tenemos el misterio constante que se oculta aún detrás de la espesa nube que bajo a beber agua del manantial y que oculta la realidad, dándonos pié a pensar que se encuentra detrás. Si es malo o bueno, si se encuentra el final de nuestro trayecto, si ese es el camino a seguir. Rompiendo su bruma y avanzando a través de su blanquecina espuma que a modo de pared emerge delante de mí pero tan volátil que te invita a entrar penetrándola y sintiéndote parte de ella, anexada y protegida por ella, pero a la misma vez con la frialdad de no saber donde estas ni sentir percepción alguna de los sentidos. Cruzando una barrera dimensional a otro mundo. Mundos de sueños imaginarios, de leyendas de antaño, de sensuales recuerdos que frotan nuestras ropas y esta espesa neblina se mete dentro de nuestras narices, inundan nuestros pulmones, se nos va caminando por la sangre y nos bombea en el corazón. Nos hace desfallecer en nuestros pensamientos al quedar impregnadas nuestras neuronas, siendo culpables de nuestros desdenes con la imaginación.
Mientras esto sucede y sin saber muy bien como nuestro cuerpo ha seguido deambulando sobre sus pies prosiguiendo un caminar que en esas circunstancias inciertas nunca se sabe a donde le llevará ya que nuestros sentidos fueron secuestrados momentáneamente por esa misteriosa masa no traslúcida que nos llevó a un infinito viaje en el tiempo en el que nada es lo que parece. Cuando volvemos en sí nos damos cuenta que el alo de la penumbra pasó y quedó atrás, observando que desaparece poco a poco entre las ramas de los árboles y que ya quedó saciada su sed, evaporándose espontáneamente por el calor de renacido sol.
Una tierra oscura se asoma a nuestros pies, acompañada de rocas de distintas tonalidades y tamaños indicándonos como señales el proseguir de nuestro caminar. Existen grandes rocas grises que bien podría ser granito y por la erosión las dejaron lisas y pulidas por el sudor de las manos de tantos y tantos “personajes” que les sirvió de apoyo. Otras son pequeñas y de mil colores ya que, como si se tratara de un arco iris solidificado trasmite con la ayuda del sol tal inmensidad de colores que son imposibles de contar. ¿Qué clase de grandezas ocultas dentro de sí que por tiempo que me quede observando nunca encontraría una respuesta?. También existen pequeñas rocas juguetonas que se posan debajo de nuestros pies y nos hace resbalar. Cayendo repentinamente tal cual somos al sendero que nos conduce hacia el horizonte. Las pobre chinas que no son otra cosa que la parte accidentada de la que en su día era una roca y por circunstancias de la vida colisionó rompiéndose en mil trozos. Las mismas que en venganza se nos mete en los pies levantándonos ampollas, causándonos heridas y sangre. Que rencor y que despecho les tenemos sin tener en conciencia el daño causado, si bien no por nosotros, sino por un antecesor no somos capaces de moderarnos y en un arrebato por el daño cometido las cogemos con las manos y las tiramos lo más lejos que podemos, o dándole una patada intentamos levantarlas del suelo enviándolas lo más alta posible al mismo infierno.
Seguimos nuestro camino a pesar de los baches y de los acontecimientos a veces bueno y en otros no lo son tanto, pero las sombras de los árboles nos guarecen de los rayos del sol que si por un lado nos iluminan y nos calientan por otra nos castiga y nos aturde. Con el cantar de los pájaros que despiertan de la noche y la suave melodía de acompañamiento que provoca las ramas y nos regalan un concierto, los árboles altos son los instrumentistas de aire, los arbustos los de cuerda, los bajos matorrales y las hierbas los percusionistas y los animales hacen el resto. Dirigidos todos ellos por todos los duendes y hadas que nunca dejamos de buscar a pesar de no haberlos visto nunca. Esta música celestial nos acuna y nos lleva en volandas hasta el manantial que nos sacia la sed con su agua fría hasta rechinar los dientes y que nos provoca que se nos cambie la temperatura corporal acudiendo la piel de pollo a nuestro cuerpo y tensando los músculos. Agua cristalina y transparente nos sirve de nítido espejo clonando nuestro retrato en él. Después de tanto y tanto deambular en nuestro camino aún no llegamos a nuestro destino. ¿Quién sabe?, si se encuentra cruzando el río. El horizonte extenso resulta inigualable y abrumador con paisajes que nos invitan a continuar en nuestra ruta hasta el final de nuestro trayecto, junto a la compañía de los árboles, el rocío, la bruma, su musicalidad y el manantial que nos da sorbitos de vida y nos calma la sed sosegando nuestra alma y llenando de júbilo nuestro corazón al final de nuestro viaje.
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